Un hogar con corazón

Hacer felices a los ancianos no es fácil. Se les puede cobijar, alimentar, vestir, cuidar, sin hacerles sin embargo felices. La mayor parte de las personas ancianas están marcadas por la vida. Llevan un fardo pesado: el de su cuerpo y el de sus enfermedades, pero también el del alma, herida con frecuencia por experiencias de dolorosas separaciones, duelos, soledad y a veces rechazo. Algunas están como en carne viva… Hacer felices a los ancianos es arrancarles de su soledad, devolverles un nombre, un rostro, abrirles a una nueva conciencia de ellos mismos y de su dignidad. Para ello, hay que amarlos. Un anciano no es feliz simplemente porque tenga un techo, esté alimentado y cuidado, sino también y ante todo porque se siente amado y considerado… Hacer felices a los ancianos es aportarles esa calidad de mirada y de atención que les hace tomar conciencia de su dignidad, de su grandeza de hijos de Dios. 

"Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos,

lo hicieron conmigo"   (Mateo 25, 40)

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